La evolución lingüística de los
términos, así como su significado, ha permitido que la palabra sea, por
esencia, la manifestación del pensamiento. Esto aplica para muchas palabras que
a través del tiempo han ido ganando en contenido o por lo menos son un
referente de la época que marcaron la historia del hombre.
En el mundo organizacional es de
resaltar la evolución que, después de la revolución industrial, se dio al término
“obrero” que constituía la condición de la acción en el trabajo. La fuerza
laboral estaba constituida por todos aquellos que hacían su “labor” y por tanto
su “obra” era el resultado de entregar su capacidad de hacer una determinada
tarea de acuerdo con las expectativas planteadas.
Con el paso de los años y la evolución
de los procesos productivos, la implementación de los desarrollos tecnológicos
y con la diversificación de la productividad organizacional se da el tránsito
de la empresa primariamente orientada por la manufactura, es decir por
resultados obtenidos gracias al aporte manual y al músculo en la ejecución de
las tareas, a una nueva manera de contribuir como es la mente; la organización
comienza a reconocer que la mano de obra calificada hace relación al conocimiento
que cada día le permite a la empresa ser más competitiva en mercados cada vez
más segmentados. De hecho, en los últimos tiempos se habla de gestión del
conocimiento y de la importancia que tiene el reconocer que la riqueza está
también asociada a la capacidad de generar e imaginar nuevos futuros posibles
para la sociedad y para las organizaciones.
El término obrero entendido
como “Trabajador manual retribuido” (DRAE) comienza a ser desplazado por
el de trabajador que significa en la DRAE “Esfuerzo humano aplicado a
la producción de riqueza” que permite reconocer que son las personas quienes
tienen la capacidad de transformar la materia prima en nuevas realidades.
Es evidente también que en las
organizaciones el término para designar las áreas de dirección de las personas
han ido cambiando y evolucionando significativamente, desde “relaciones
industriales”, “recursos humanos”, “gestión humana” hasta “talento humano”,
“gestión del capital humano” y muchas otra no exentas de creatividad, sin embargo
este será tema de otra reflexión ya que el interés principal en este texto es
el de reconocer que la evolución semántica sobre la manera de designar a la
persona que labora en una organización no necesariamente significa un cambio en
la actitud o manera de relacionarse con el mismo.
Un término que se usó y aún se usa con
frecuencia es el de empleado, el cual a primera vista es una buena manera
de “ocupar a alguien, encargándole un negocio, comisión o puesto” (DRAE), sin
embargo puede tener varias interpretaciones contradictorias y por eso quizá se
dejó de utilizar y se convirtió en una manera peyorativa de referirse a quien
labora en una organización.
Los amigos y defensores del término
dicen que empleado es una expresión que muestra la importancia de ser y
sentirse útil en una situación determinada ya que lo único que tenemos para
ofrecer en el mercado laboral es la capacidad que prometemos de “emplear”
nuestra fuerza o pensamiento en el logro de un resultado determinado, por tanto
ser empleado debe ser motivo de orgullo ya que podemos evidenciar que tenemos
la opción de entregar un resultado mediante el empleo de nuestros pensamientos
o acciones.
Ahora bien, los detractores del término
se refugian en un uso semiótico que indica que empleado hace referencia a “usado”
en este sentido quien desarrolla una labor al interior de la organización es un
sujeto que no vale necesariamente por si mismo sino en razón de aquello que
puede dar o producir (lo cual puede no carecer de realidad), en este sentido el
aporte de las personas va mucho más allá que el simple reconocimiento de una
contribución pasajera de la capacidad humana.
Como podemos ver, esta misma discusión
puede ser aplicada a los términos por los cuales transita el aporte que hacen
las personas a la organización, por ejemplo, en las empresas de servicios se
comenzó a utilizar el término “funcionario” que en principio se utilizó para
aquellos que trabajan en entidades públicas (DRAE), sin embargo se ha ido
extendiendo a todos aquellos que no son “obreros, ni trabajadores, ni
empleados” simplemente funcionarios en razón a que son los que hacen que las
cosas “funcionen”, esta aproximación me parece que tiene algún sentido y que
vale la pena someterla a discusión.
En razón a que los tiempos evolucionan
y los grandes gurús de la administración han profetizado sobre el impacto y el
papel de las personas en los resultados organizacionales y su papel protagónico
en la nueva generación de los negocios se fue generando un concepto asociado a
la acción empresarial que apoya la concepción del talento como diferenciador en
la gestión empresarial.
El término “colaborador” comienza a
hacer carrera en las empresas, se fortalece y se enarbola la bandera de que por
fin las personas tienen una dimensión humana más allá de la simple utilización
de sus capacidades físicas y mentales, ahora el tema es también actitudinal y
se incluye en el modelo de competencias el componente relacional con el fin de
entender que finalmente se trata de personas que dan su contribución de manera
integral, tal como lo dice la DRAE se trata de “Trabajar con otra u otras
personas en la realización de una obra”.
Como podemos ver, el término
colaborador trasciende entonces la frontera de lo individual e incorpora a los
otros en la labor, entiende que el resultado no es producto de esfuerzos
aislados y que la única manera de ser productivo y mejorar los desempeños
tienen que ser mediante el reconocimiento de que los otros pueden entregar
también al resultado su aporte. Colaborador es un término amigable y que invita
a construir juntos a valorar el esfuerzo de los demás y a mejorar la
comunicación, a trabajar en equipo y a generar confianza en la tarea común que
se realiza.
Hasta aquí mis reflexiones sobre los
diferentes términos que han servido y sirven aún para nombrar a la persona que
desarrolla una labor en la empresa, sin embargo, antes de finalizar quiero
reflexionar brevemente sobre la manera como se hace realidad en la vida
organizacional el uso del término.
Creo que es importante que hayamos
reconocido que no se trata del término en sí mismo, ni de su significado sino
que es preciso evaluar el uso que se da al mismo en la cotidianidad
empresarial, me refiero concretamente a la manera como algunos jefes, gerentes
y dueños de empresas trata o maltratan mejor a quienes son sus “colaboradores”,
encontramos evidencias de personas que llegan a sus trabajos con mucho temor,
no sólo de ser despedidos, lo cual en algunos casos sería un alivio, sino que
encuentran ambientes hostiles y agresivos que, a pesar de estar protegidos por
la ley, prefieren ocultarse en el silencio y el miedo que expresar el impacto
que causa en ellos el comportamiento de sus jefes y compañeros.
Ser “colaborador” tiene entonces
también unas dimensiones que deben ser reconocidas y aplicadas en la relación,
no sólo contra actual, sino también en la comunicación diaria entre los que
integran los diferentes equipos de trabajo. Es claro que no importa cómo se
“nombre” a la persona, lo importante es que no se pierdan de vista algunos
elementos claves en la relacin con el colaborador tales como:
a. Valorar su
contribución mediante el reconocimiento de su mejor desempeño y trabajo en
equipo. En muchos casos encontramos que solo se resalta el error y la
equivocación y no se busca el culpable cuando las cosas se hacen bien
(K.Blanchard).
b. Respetar la
diferencia, el modo de pensar, la religión, la condición sexual, situación
social, etc.. establecer los mínimos éticos en la convivencia organizacional
que permita construir climas agradables y culturas orientadas a la
productividad.
c. Animar a
todo el equipo a ser propositivo a generar nuevas y mejores maneras de hacer
las cosas, invitar a romper las rutinas que estancan y anquilosan la gestión
haciéndola repetitiva y monótona.
d. Facilitar los
recursos necesarios para que cada uno pueda desarrollar su tarea de forma
adecuada y en los tiempos requeridos.
e. Favorecer espacios
de interacción con el grupo de trabajo que permita crear y fortalecer las
sinergias requeridas para ampliar el compromiso como una responsabilidad
colectiva y no individual.
f. Etc.
Ser
“colaborador” es más que una expresión genérica cuyo significado termina por
alienarse y convertirse en una palabra que no significa nada pero a la cual se
recurre para recriminar cuando la persona no presta los servicios o no ejecuta
las labores esperadas.
Finalmente
los invito a que participen en este debate que aún continúa, porque al final
creo que no es tan importante el cómo se llame un cargo o una función en la
empresa sino lo que esto signifique. De nada sirve un nuevo término si no va
acompañado de nuevos sentidos, comportamientos y alcances que marquen
claramente la diferencia.
La evolución lingüística de los
términos, así como su significado, ha permitido que la palabra sea, por
esencia, la manifestación del pensamiento. Esto aplica para muchas palabras que
a través del tiempo han ido ganando en contenido o por lo menos son un
referente de la época que marcaron la historia del hombre.
En el mundo organizacional es de
resaltar la evolución que, después de la revolución industrial, se dio al término
“obrero” que constituía la condición de la acción en el trabajo. La fuerza
laboral estaba constituida por todos aquellos que hacían su “labor” y por tanto
su “obra” era el resultado de entregar su capacidad de hacer una determinada
tarea de acuerdo con las expectativas planteadas.
Con el paso de los años y la evolución
de los procesos productivos, la implementación de los desarrollos tecnológicos
y con la diversificación de la productividad organizacional se da el tránsito
de la empresa primariamente orientada por la manufactura, es decir por
resultados obtenidos gracias al aporte manual y al músculo en la ejecución de
las tareas, a una nueva manera de contribuir como es la mente; la organización
comienza a reconocer que la mano de obra calificada hace relación al conocimiento
que cada día le permite a la empresa ser más competitiva en mercados cada vez
más segmentados. De hecho, en los últimos tiempos se habla de gestión del
conocimiento y de la importancia que tiene el reconocer que la riqueza está
también asociada a la capacidad de generar e imaginar nuevos futuros posibles
para la sociedad y para las organizaciones.
El término obrero entendido
como “Trabajador manual retribuido” (DRAE) comienza a ser desplazado por
el de trabajador que significa en la DRAE “Esfuerzo humano aplicado a
la producción de riqueza” que permite reconocer que son las personas quienes
tienen la capacidad de transformar la materia prima en nuevas realidades.
Es evidente también que en las
organizaciones el término para designar las áreas de dirección de las personas
han ido cambiando y evolucionando significativamente, desde “relaciones
industriales”, “recursos humanos”, “gestión humana” hasta “talento humano”,
“gestión del capital humano” y muchas otra no exentas de creatividad, sin embargo
este será tema de otra reflexión ya que el interés principal en este texto es
el de reconocer que la evolución semántica sobre la manera de designar a la
persona que labora en una organización no necesariamente significa un cambio en
la actitud o manera de relacionarse con el mismo.
Un término que se usó y aún se usa con
frecuencia es el de empleado, el cual a primera vista es una buena manera
de “ocupar a alguien, encargándole un negocio, comisión o puesto” (DRAE), sin
embargo puede tener varias interpretaciones contradictorias y por eso quizá se
dejó de utilizar y se convirtió en una manera peyorativa de referirse a quien
labora en una organización.
Los amigos y defensores del término
dicen que empleado es una expresión que muestra la importancia de ser y
sentirse útil en una situación determinada ya que lo único que tenemos para
ofrecer en el mercado laboral es la capacidad que prometemos de “emplear”
nuestra fuerza o pensamiento en el logro de un resultado determinado, por tanto
ser empleado debe ser motivo de orgullo ya que podemos evidenciar que tenemos
la opción de entregar un resultado mediante el empleo de nuestros pensamientos
o acciones.
Ahora bien, los detractores del término
se refugian en un uso semiótico que indica que empleado hace referencia a “usado”
en este sentido quien desarrolla una labor al interior de la organización es un
sujeto que no vale necesariamente por si mismo sino en razón de aquello que
puede dar o producir (lo cual puede no carecer de realidad), en este sentido el
aporte de las personas va mucho más allá que el simple reconocimiento de una
contribución pasajera de la capacidad humana.
Como podemos ver, esta misma discusión
puede ser aplicada a los términos por los cuales transita el aporte que hacen
las personas a la organización, por ejemplo, en las empresas de servicios se
comenzó a utilizar el término “funcionario” que en principio se utilizó para
aquellos que trabajan en entidades públicas (DRAE), sin embargo se ha ido
extendiendo a todos aquellos que no son “obreros, ni trabajadores, ni
empleados” simplemente funcionarios en razón a que son los que hacen que las
cosas “funcionen”, esta aproximación me parece que tiene algún sentido y que
vale la pena someterla a discusión.
En razón a que los tiempos evolucionan
y los grandes gurús de la administración han profetizado sobre el impacto y el
papel de las personas en los resultados organizacionales y su papel protagónico
en la nueva generación de los negocios se fue generando un concepto asociado a
la acción empresarial que apoya la concepción del talento como diferenciador en
la gestión empresarial.
El término “colaborador” comienza a
hacer carrera en las empresas, se fortalece y se enarbola la bandera de que por
fin las personas tienen una dimensión humana más allá de la simple utilización
de sus capacidades físicas y mentales, ahora el tema es también actitudinal y
se incluye en el modelo de competencias el componente relacional con el fin de
entender que finalmente se trata de personas que dan su contribución de manera
integral, tal como lo dice la DRAE se trata de “Trabajar con otra u otras
personas en la realización de una obra”.
Como podemos ver, el término
colaborador trasciende entonces la frontera de lo individual e incorpora a los
otros en la labor, entiende que el resultado no es producto de esfuerzos
aislados y que la única manera de ser productivo y mejorar los desempeños
tienen que ser mediante el reconocimiento de que los otros pueden entregar
también al resultado su aporte. Colaborador es un término amigable y que invita
a construir juntos a valorar el esfuerzo de los demás y a mejorar la
comunicación, a trabajar en equipo y a generar confianza en la tarea común que
se realiza.
Hasta aquí mis reflexiones sobre los
diferentes términos que han servido y sirven aún para nombrar a la persona que
desarrolla una labor en la empresa, sin embargo, antes de finalizar quiero
reflexionar brevemente sobre la manera como se hace realidad en la vida
organizacional el uso del término.
Creo que es importante que hayamos
reconocido que no se trata del término en sí mismo, ni de su significado sino
que es preciso evaluar el uso que se da al mismo en la cotidianidad
empresarial, me refiero concretamente a la manera como algunos jefes, gerentes
y dueños de empresas trata o maltratan mejor a quienes son sus “colaboradores”,
encontramos evidencias de personas que llegan a sus trabajos con mucho temor,
no sólo de ser despedidos, lo cual en algunos casos sería un alivio, sino que
encuentran ambientes hostiles y agresivos que, a pesar de estar protegidos por
la ley, prefieren ocultarse en el silencio y el miedo que expresar el impacto
que causa en ellos el comportamiento de sus jefes y compañeros.
Ser “colaborador” tiene entonces
también unas dimensiones que deben ser reconocidas y aplicadas en la relación,
no sólo contra actual, sino también en la comunicación diaria entre los que
integran los diferentes equipos de trabajo. Es claro que no importa cómo se
“nombre” a la persona, lo importante es que no se pierdan de vista algunos
elementos claves en la relacin con el colaborador tales como:
a. Valorar su
contribución mediante el reconocimiento de su mejor desempeño y trabajo en
equipo. En muchos casos encontramos que solo se resalta el error y la
equivocación y no se busca el culpable cuando las cosas se hacen bien
(K.Blanchard).
b. Respetar la
diferencia, el modo de pensar, la religión, la condición sexual, situación
social, etc.. establecer los mínimos éticos en la convivencia organizacional
que permita construir climas agradables y culturas orientadas a la
productividad.
c. Animar a
todo el equipo a ser propositivo a generar nuevas y mejores maneras de hacer
las cosas, invitar a romper las rutinas que estancan y anquilosan la gestión
haciéndola repetitiva y monótona.
d. Facilitar los
recursos necesarios para que cada uno pueda desarrollar su tarea de forma
adecuada y en los tiempos requeridos.
e. Favorecer espacios
de interacción con el grupo de trabajo que permita crear y fortalecer las
sinergias requeridas para ampliar el compromiso como una responsabilidad
colectiva y no individual.
f. Etc.
Ser
“colaborador” es más que una expresión genérica cuyo significado termina por
alienarse y convertirse en una palabra que no significa nada pero a la cual se
recurre para recriminar cuando la persona no presta los servicios o no ejecuta
las labores esperadas.
Finalmente
los invito a que participen en este debate que aún continúa, porque al final
creo que no es tan importante el cómo se llame un cargo o una función en la
empresa sino lo que esto signifique. De nada sirve un nuevo término si no va
acompañado de nuevos sentidos, comportamientos y alcances que marquen
claramente la diferencia.
Contacto:
Tel. (57 1)2 21 67 81. (57) 311 214 3825
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