Uno de los mayores reclamos que se escucha a diario a los gerentes y empresarios tiene que ver con la poca capacidad de compromiso y motivación de algunas de las personas que trabajan en la organización, añoran la disposición y el ánimo que tenían estas personas cuando llegaron a ocupar sus cargos, extrañan su iniciativa y deseos que se manifestaban de muchas maneras.
Esos primeros días de
trabajo parecen haber quedado atrás y ahora nos encontramos sorprendidos con
actitudes negativas que afectan el clima laboral y que generan ambientes
contaminados, se evidencian grupos que compiten con otros y otra serie de
situaciones que llevan a los equipos a rendimientos y desempeños poco
satisfactorios.
Por mi parte, tengo la
teoría de que uno de los orígenes de estos procesos de desmotivación y ausencia
de compromiso con la organización, nacen desde el primer día que la persona
ingresa a la organización, lleno de motivos, esperanzas e ilusiones, dispuesto
a entregar su mejor esfuerzo y poner al servicio de la empresa sus
conocimientos y capacidades.
Se llega a la empresa
después de haber pasado por un proceso de selección que implicó entrevistas y
pruebas que demostraron la idoneidad de la persona para el cargo, sin embargo
el primer día suele ser traumático para muchas personas porque a lo mejor debió
enfrentarse con algunas situaciones que demuestran que la empresa o los
responsables del tema, no se habían preparado para su llegada, de tal manera
que ingresa a un sitio desconocido y en ocasiones hostil dado que, en muchas
ocasiones, esta persona viene a reemplazar a alguien que salió y era muy
querido por los que quedaron.
Estas y otras situaciones
son una invitación directa a los gerentes y responsables de los procesos de
inducción a la empresa a revisar si la manera actual en que se realiza este
proceso es acorde con el respeto por las personas y en línea con la estrategia
de la organización y en especial en lo referente a la necesidad de mantener y
retener los talentos que por diversas circunstancias han sido vinculados.
La inducción, en muchas
organizaciones, no pasa de ser un formalismo al cual no se le asigna la
importancia que tiene y en muchos casos terminan siendo unas sesiones llenas de
información y documentación que no necesariamente garantizan el conocimiento
requerido ni de la empresa y mucho menos de las funciones o responsabilidades
del cargo que desempeñará la persona en la organización.
La inducción implica un
proceso de preparación por parte de la organización, especialmente cuando se
trata de cargos de dirección o especializados, implica un esfuerzo previo que
le muestre al recién llegado que se le estaba esperando y que su contribución
es importante y necesaria.
Elaborar un plan de trabajo
que vaya más allá de presentar la empresa, sus instalaciones y sus funcionarios
implica comprender que los primeros días en la organización representan un
proceso de identificación con la nueva cultura a la cual se llega; es el inicio
de una etapa que involucra conocer nuevas personas y un nuevo estilo de hacer
las cosas.
La inducción se traduce
entonces en una oportunidad de conocer e integrarse con quienes serán sus
compañeros de trabajo, comprender la razón de ser de la organización y sobre
todo identificar la importancia y el impacto de lo que será su contribución, es
decir, evidenciar las expectativas que sobre su trabajo se tiene y de esta
manera reconocer los aspectos claves que tendrá que desarrollar en la gestión
que se le encomendará.
La inducción, pensada como
una estrategia de retención, debe incluir aspectos nuevos, diferentes y
superiores a los que la teoría clásica nos ha acostumbrado, es preciso hallar
nuevos elementos que transmitan al recién llegado la seguridad de que su
contribución será valorada y que vale la pena actuar con entusiasmo, de tal manera
que sea un espacio donde sentirá que tendrá retos y no solamente tareas que
cumplir.
El compromiso también se
genera con la capacidad que tiene la organización de comunicar al nuevo
colaborador que ha sido seleccionado entre muchos y que por tanto su talento
debe ser puesto al servicio de los resultados esperados, que las personas con
quienes trabajará serán su equipo y no sus oponentes, de tal manera que las
tareas iniciales no pueden ser de baja categoría ni un sustituto de las
acciones principales por las cuales se le contrató, todo lo contrario, el
diseño de la inducción debe permitir el reconocimiento de un trabajo de largo
plazo que no está condicionado por las personas sino por los resultados que se
esperan de él producto de su conocimiento, habilidad y actitud frente a la
tarea asignada.
Conocer la empresa, en su
historia, su cultura y su clima desde el principio, afirma la decisión que
tiene la persona de adaptarse a las nuevas situaciones y condiciones, de tal
manera que descubra rápidamente las virtudes e incluso algunos defectos con los
cuales tendrá que convivir mientras permanezca en la organización.
Al finalizar el proceso de
inducción, vale la pena una entrevista, personal o de grupo que nos permita
recibir una retroalimentación por parte de los nuevos colaboradores que
favorezca la recolección de información valiosa que nos lleve a hacer los
ajustes necesarios para construir un modelo de integración a la empresa que
genere nuevas acciones orientadas a perfeccionar la inducción.
Esta reflexión, es una
invitación a revisar los contenidos, tiempos y metodologías que utilizamos en
los procesos de inducción en nuestra organización, a validar el modelo y quizá
a modificar algunos componentes que hoy consideramos son los adecuados.
Finalmente, considero
importante que nos preguntemos qué tanto valor le reconocemos a la inducción al
momento de planear la llegada de un nuevo colaborador en el cual ya con la
selección hemos invertido algo más que tiempo.
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